En el 2008, en una excavación arqueológica en la reserva First Nation’s Menominee en Wisconsin, Estados Unidos, se encontró una vasija de arcilla que, en su interior, contenía semillas de más de 800 años de antigüedad.
Luego de investigarlas, se determinó que correspondían a una variedad de calabacín que se creía extinta.
La variedad descubierta fue nombrada como Gete Okosomin o “viejo gran calabacín” por Winona LaDuke, la reconocida activista y ecologista americana.
Un grupo de los estudiantes de una Universidad en Canadá logró plantarlas con éxito, obteniendo unas calabazas de gran tamaño. Esto también lo habían realizado nativos americanos en el “Círculo de Cultivos”, una apuesta por la protección del patrimonio y soberanía alimentaria.
Estas semillas han sido distribuidas entre comunidades nativas y otros grupos, con la intención de conservarlas como patrimonio alimentario y protegerlas de posibles modificaciones genéticas o pérdida de diversidad.
La mejor noticia de todas es que, dentro de cada calabacín, hay más semillas.
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